La
familia sigue siendo el núcleo fundamental educacional de la sociedad, en la
medida que ella reproduce biológicamente a la especie humana, y en su espacio
se desarrolla la identificación con el grupo social.
La
familia es, singularmente, una institución humana, simultáneamente natural y
cultural. En cuanto institución, determina a las sociedades y a las personas,
porque presenta unas actividades universales (procreación y crianza de los
hijos) y unas acciones cambiantes (económicas, culturales, políticas,
religiosas, educativas, sanitarias, protección de niños, ancianos, enfermos).
En la historia educadora de la familia se reflejan momentos en alza y otros a
la baja.
La
familia tradicional en la educación familiar marca unas pautas centradas en lo
que se ha recibido de los antepasados: unidad económica, de convivencia, de
valores. A mitad del siglo XX se asiste al paso de un modelo de educación relativamente
represivo a un modelo relativamente permisivo. Las diferencias culturales, por
otra parte, son sensibles de una clase social a otra, de un país a otro. Los
valores familiares están centrados en el niño, su educación, su desarrollo y
todo está organizado en función de sus necesidades.
En
mi opinión, el objetivo de la educación familiar consiste en formar personas
íntegras, auténticas, plenamente desarrolladas en sus potencialidades
personales, equilibradas, con una escala de valores a las que ajustar su comportamiento,
coherentes consigo mismas y comprometidas socialmente.
Para
educar y formar el carácter de la personas en el ámbito familiar necesitamos,
por tanto, transmitir y vivir unos valores, unas pautas morales, éticas. La
educación en valores es una tarea de todos, de aquellos que de un modo u otro
interactúan con los educandos. Los espacios educativos privilegiados para la
transmisión de los valores son la familia y la escuela, pero sin olvidar la
sociedad.
La
familia ha perdido fuerza en su función educativa original, singularmente comparte
esta tarea en la infancia y en la adolescencia con la escuela, pero el hogar
sigue siendo insustituible, debido a la profunda relación afectiva que el niño
mantiene con sus padres y hermanos. La educación familiar sigue siendo una
tarea esencial para la educación de las personas en su proceso de
individualización y socialización.
El
ámbito familiar ejerce su acción educativa de modo informal, espontáneo, natural,
realizándose en los momentos y lugares más inesperados, de manera que los
efectos del ambiente familiar sobre los procesos de personalización,
socialización y transmisión de valores se tornan esenciales.
Muchos
padres confunden la instrucción con la educación y piensan que con facilitar la
educación escolar ya es suficiente. Estos progenitores dimiten de su función
educadora y la dejan en manos de otras “agencias educativas” no familiares. Los
padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos, y su
derecho-deber sobresale por encima de otros grupos o personas. La educación
familiar es una obligación moral de los padres y un derecho del hijo en cuanto
su ser persona, y los educadores que los padres libre y responsablemente elijan
serán “educadores subsidiarios” de ese derecho-deber educativo de la familia.
La familia, en la
actualidad desde la perspectiva educadora, ofrece varios aspectos
fundamentales:
1. El “ser” de la
familia. La raíz educativa de la familia la situamos en su función
humanizadora. Esta dimensión de la familia se visibiliza en una doble
vertiente: En su dinamismo personalizador y en su fuerza socializadora. La
familia es el ámbito adecuado para la conformación del sujeto humano y la
transmisión de valores convertidos en proyectos de vida.
La urgente tarea
personalizadora se expresa mediante estos dinamismos educativos: posibilitando
la integración del yo personal; abriendo cauces de una relación psicoafectiva
adulta y favoreciendo el proceso socializador de la familia. El clima educativo
de la familia alcanza su planificación en la fuerza integradora del hogar,
gestando un sistema interrelacional sobre una cosmovisión axiológica que teje
el ámbito educativo: el amor, la justicia, el respeto y el diálogo; promoviendo
los resortes necesarios para educar un ser crítico ante las situaciones
deshumanizantes de la vida personal y social.
2. El quehacer de
la familia. Esta función de la familia se desarrolla al menos en tres
actuaciones educativas importantes: La formación de una comunidad de personas;
el servicio a la vida y la participación en la sociedad. Las relaciones interpersonales
(conyugal, paternidad y maternidad, filiación y fraternidad) incardinan a la persona
en la gran familia humana. De ahí, el potenciar todos los recursos educativos
para posibilitar esta tarea educadora. Las interacciones de las personas en la
familia construyen una comunidad de personas planificadas. La vida familiar y
la ley del amor favorece la participación y la comunicación, no la servidumbre
y la dominación. La familia personaliza cuando el amor es principio de comunión
en la construcción de las personas, en la intercomunicación mediante actitudes
creativas y valores de gratuidad, de constante comprensión y tolerancia, de
respeto en la singularidad de las personas, promoviendo una actitud educadora
democrática frente al autoritarismo; igualitaria frente al machismo;
corresponsable frente a la irresponsabilidad desequilibrante y destructora. La
educación familiar promueve la participación en el desarrollo social.
3. Actualidad de la familia. Constatamos que, al menos en los países occidentales,
nos encontramos ante una profunda variación histórica en el modo de entender y
vivir la institución familiar. El cambio familiar se expresa en: a) Los valores
que condicionan el universo significativo de la institución familiar. La
familia se fundamenta sobre unos valores que la caracterizan
institucionalmente. Valores universales como el autodesarrollo personal, el
desenvolvimiento psicológico de la afectividad y la sexualidad, la
trascendencia de los progenitores, la integración e intervención de la familia
en la red de las relaciones sociales. Ahora bien, los valores en su escala axiológica
varían notablemente. La educación familiar contribuye eficazmente a la
transmisión de valores en el ámbito familiar hacia dentro y hacia el entorno
que le circunda. b) La institución familiar, como lugar sociológico, es
poderosa transmisora de valores y su repercusión se manifiesta en el cambio del
modelo recesivo y emergente de familia (Ortega y Mínguez, 2001).
Concluyendo, el espacio familiar se desarrolla como un
contexto social, educativo y de aprendizaje, donde los adultos asumen la
responsabilidad de contribuir al desarrollo de las capacidades y habilidades
intelectuales, motivacionales y sociales de los hijos, así como a su equilibrio
afectivo y emocional. Estas habilidades habrán de concretarse en áreas de
comportamiento socialmente valoradas que permiten a los niños, con el tiempo, adaptarse a las normas y demandas de la sociedad. Están vinculadas a la
capacidad de construir relaciones fundamentadas en el respeto mutuo, de tomar
decisiones y de asumir responsabilidades, de controlar el propio
comportamiento, de fomentar la independencia personal, la confianza en uno
mismo y la seguridad personal. Éstas son habilidades que permitirán a la
persona lograr en cada situación evolutiva los retos sociales más cotizados en
un determinado grupo social, como pueden ser un rendimiento académico
satisfactorio, la prevención de comportamientos desadaptados y la organización
de la propia vida personal.
L. Flaker (1998) afirma que “la importancia de la familia
en el mundo actual radica en que de ella depende la fijación de las
aspiraciones, valores y motivaciones de los individuos y en que, por otra
parte, resulta responsable en gran medida de su estabilidad emocional, tanto en
la infancia como en la vida adulta” (p. 36).
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