La escuela que necesitamos considera que la idea de
“educación pública” no sólo significa la educación del público dentro de la
escuela, sino también su educación fuera de ella. El cuerpo docente de la
escuela no podrá ir más lejos ni más rápido de lo que permita la comunidad. La
tarea del docente es, en parte, alimentar la conversación para crear una visión
colectiva de la educación (Eisner, 2002, p. 12).
Si bien es hoy una necesidad reafirmar la función
educativa de la escuela, hay también sin duda graves problemas para ejercerla.
Ni la escuela es el único contexto de educación ni sus profesores y profesoras
los únicos agentes, al menos también la familia y los medios de comunicación
desempeñan un importante papel educativo. Ante las nuevas formas de
socialización y el poder adquirido por estos otros agentes en la conformación
de la educación de los alumnos, la acción educativa se ve obligada a establecer
de nuevo su papel formativo, dando un nuevo significado a su acción con nuevos
modos. Entre ellos, la colaboración con las familias y la inserción con la
comunidad se torna imprescindible.
En el contexto de los cambios actuales, no es sólo en el
currículum donde hay que centrar los esfuerzos de mejora, paralelamente hay que
actuar en la comunidad, si queremos volver a establecer la enseñanza en la
sociedad del conocimiento. Una tradición secular, heredada de la modernidad
ilustrada, continúa empeñada en que la palanca clave del cambio en el
currículum. Pero, en una sociedad del conocimiento que divide – en contextos
familiares desestructurados y capitales culturales diferenciados del alumnado
que accede a los centros – es en la comunidad donde hay que situar muchos de
los esfuerzos de mejora. Incremental el capital social al servicio de la
educación de los ciudadanos supone, en primer lugar, ponerla en conexión con la
acción familiar, pero también extender sus escenarios y campos de actuación al
municipio o ciudad, como modo de hacer frente a los nuevos retos sociales.
En un escenario educativo ampliado, dentro de una
sociedad de la información, la escuela sola no puede satisfacer todas las
necesidades de formación de los ciudadanos. Sin duda, es preciso mejorar la
organización y funcionamiento del sistema educativo; pero cargar toda la
responsabilidad a los centro no nos lleva muy lejos, a lo sumo a incrementar la
culpabilidad, insatisfacción y malestar. Sin desdeñar todo lo que cabe hacer en
los propios centros educativos, la acción de madres y padres debe jugar un
papel relevante a “resituar” en nuestra actual coyuntura. Se precisa un “nuevo
pacto educativo”, que – a largo plazo – articule la acción educativa escolar y
con la de otros agentes. Para no limitar la acción escolar espacial y
temporalmente, se trata de crean una acción conjunta en la comunidad en la que
se vive y educa. Sólo reconstruyendo la comunidad (en el centro escolar en
primer lugar, y más ampliamente en la comunidad educativa) cabe, con sentido,
una educación para la ciudadanía.
La quiebra del consenso implícito que históricamente se
ha dado entre las instituciones socializadoras básicas, sólo puede ser superada
mediante la recuperación de una acción comunitaria de dichos agentes e
instituciones. Siendo ya imposible mantener la acción educativa de los centros
recluida como una isla en el «espacio educativo ampliado» actual, se precisa
poner en conexión las acciones educativas escolares con las que tienen lugar
fuera del centro escolar y, muy especialmente, en la familia. Asumir
aisladamente la tarea educativa, ante la falta de vínculos de articulación entre
familia, escuela y medios de comunicación, es una fuente de tensiones y
desmoralización docente. De ahí la necesidad de actuar paralelamente en estos otros
campos, para no hacer recaer en la escuela responsabilidades que también están
fuera. Y es que demandar nuevos servicios y tareas educativas a la escuela, para
no limitarse a nueva retórica, debiera significar asumir una responsabilidad
compartida, con la implicación directa de los padres y de la llamada «comunidad
educativa».
El ámbito afectivo de la familia es el nivel privilegiado
para la primera socialización (criterios, actitudes y valores, claridad y
constancia en las normas, autocontrol, sentido de responsabilidad, motivación por el estudio, trabajo y esfuerzo personal,
equilibrio emocional, desarrollo social, creciente autonomía, etc.). En los
primeros años, la familia es un vehículo mediador en la relación del niño con
el entorno, jugando un papel clave que incidirá en el desarrollo personal y
social. Pero esta institución integradora está hoy puesta en cuestión. Si antes
estaba clara la división de funciones («la escuela enseña, la familia educa»)
hoy la escuela está acumulando ambas funciones y –en determinados contextos–
está obligada a asumir la formación en aspectos de socialización primaria. No
obstante, paradójicamente, el mayor tiempo de permanencia en el hogar familiar
y el retraso de la edad de emancipación (en un alto porcentaje hasta los 30
años), como nos informan los análisis sociológicos (Elzo, 1999), hacen que la
familia continúe desempeñando un papel educativo de primer orden.
Hemos vivido un período en que, de modo consciente o inconsciente,
se ha «cargado» a los centros escolares con todos los problemas que nos
agobiaban, provocando insatisfacción con su funcionamiento y malestar de los
docentes al no poder responder a tal cúmulo de demandas y sentirse culpados.
Los cambios sociales en las familias han contribuido también a delegar la
responsabilidad de algunas funciones educativas primarias al centro educativo.
Frente a esta tendencia, los nuevos enfoques apelan a planteamientos
comunitarios, articulando la acción educativa escolar con otros ámbitos
sociales y/o acometiendo acciones paralelas. En esta situación, en la última
década, y como expresión de un cierto consenso implícito, un nuevo discurso
recorre las políticas educativas: la necesidad de implicación de las familias (family involvement). No es sólo porque
actualmente las escuelas por sí solas no puedan hacerse cargo de la educación
del alumnado, por lo que se ven obligadas a apelar a la responsabilidad de
otros agentes e instancias (la familia, en primer lugar); sino porque no pueden
abdicar de su responsabilidad histórica primigenia de educar para la
ciudadanía, por lo que no pueden hacerlo aisladamente por su cuenta. El
discurso de construir una ciudadanía educada ofrece, actualmente, una base
conceptual más potente para la relación entre la escuela y la comunidad que los
de alianzas para salvar los problemas.
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